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lunes, 2 de mayo de 2011

FINA GARCÍA MARRUZ, PREMIO REINA SOFÍA DE POESÍA IBEROAMERICANA

El mismo día que cumplía 88 años le ha llegado a Fina García Marruz el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, premio que tiene como objetivo el reconocimiento de la obra de autores vivos que, por su valor literario, constituye una aportación relevante al patrimonio cultural común de Iberoamérica y España.
Esta poeta es un referente de la cultura cubana y jugó un gran papel en la revista Orígenes (1944-1956), aventura literaria que, bajo la dirección de José Lezama Lima, consiguió aglutinar a los intelectuales más destacados del momento, y marcó una época de oro en la literatura cubana. Mantuvo relaciones de amistad con Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, Manuel Altolaguirre y Juan Chabás, durante el exilio de estos en Cuba y, mientras permanecieron en la isla temporalmente, mantuvo contactos con Pedro Salinas, Rafael Alberti y Luís Cernuda.
María Zambrano dijo que Fina escribía sin romper el silencio, y esa frase es aplicable no sólo a su poesía sino a la propia actitud de Fina ante la escritura. Muchos ignoran todavía, por ejemplo, que es también una gran ensayista y pocos han leído sus espléndidos trabajos sobre Quevedo, sobre Bécquer, sobre Sor Juana, sobre José Martí. En España solo se han publicado dos antologías poéticas, una del Fondo de Cultura de México y otra, casi completa de su obra, publicada por Pretextos.
Entre la obra poética de Fina García figura libros como Las miradas perdidas (1951), Visitaciones (1970), Poesías escogidas (1984), Viaje a Nicaragua con Cintio Vitier (1987), Créditos de Charlot (1990) con el que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica en 1991, Los Rembrandt de l’Hermitage (1992), Viejas melodías (1993), Habana del centro (1997).
Si Mis Poemas
Si mis poemas todos se perdiesen
la pequeña verdad que en ellos brilla
permanecería igual en alguna piedra
gris
junto al agua, o en una verde yerba.
Si los poemas todos se perdiesen
el fuego seguiría nombrándolos sin fin
limpios de toda escoria, y la eterna poesía
volvería bramando, otra vez, con las albas.

¿De qué silencio eres tú silencio?
¿De qué silencio eres tú silencio?
¿De qué voz, qué clamor, qué quién responde?
Abismo del azul, ¿qué hacemos en tu seno,
hijos de la palabra como somos?
¿Qué tienes tú que ver, di, con nosotros?
¿Cómo si eres ajeno, así nos tientas?
¿Habría sed de no haber agua cierta?
¿O quién vistióme de piedad los ojos?
¿Puedo poseer, pequeña, don inmenso
que faltase a los cielos y a las aguas?
Y él ¿podría morir, sobreviviendo
menor que él, todo el fulgor del cielo,
quedar la tierna luz indiferente
al fuego que, irradiando, ha suscitado?

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