Mi
nombre es Candela Luque Pastor. Tengo 17 años y estudio 2° de Bachillerato en
el instituto López Neyra.
Nací
en Córdoba, pero estuve viviendo los primeros años de mi vida en Málaga. Años
más tarde volví aquí y me quedé
definitivamente.
Estudio
desde los ocho años en el Conservatorio Profesional de Danza Luis del Río, en
la modalidad de Danza Española y, después de una década llena de danza,
compartida con profesores y compañeros, este será mi último año, ya que
finalizaré el grado.
Aunque
mi vida ha estado enfocada a la danza, me ha encantado desde siempre escribir,
plasmar en el papel mis sentimientos, lo que vivía con el paso de los años, lo
que la gente me hacía sentir…
Es
una faceta que no he desarrollado mucho, pero que me apasiona. Cuando tengo un
mal día, me gusta escribir. Es mi manera de desahogarme.
“TE VEO LA SEMANA QUE VIENE”
Una
tostada y un café para empezar la mañana, como cada día de mis 55 años de vida.
Hoy hace frío. Demasiado. Las gotas de lluvia caen como flechas y parece que
acabarán atravesando el techo de mi casa. Bueno, casa, si es que a este trozo
de piso con dos sofás medio rotos, una televisión que anda los días que a ella
le apetece, un frigorífico que enfría a su manera y una cama que tiene un
colchón más duro que el propio suelo, se le puede llamar casa.
Siento
que las fuerzas me van fallando día tras día, que cada vez el camino al trabajo
se hace más largo. Doy tres sorbos al café y cojo mi móvil, que también se
enciende día sí y día no. Lo dejé cargando en la mesilla toda la noche. Mi niña
se iba de viaje a París. Le dije que me avisara antes de subir al avión pero no
sé si se habrá acordado. Estoy tan orgullosa de ella… La crié yo sola y todo lo
que he ido ganando con mi pequeño sueldo ha sido para que ella pudiera
estudiar, cumplir sus sueños, que son también los míos. La han contratado en
una empresa de telecomunicaciones.
<<Ya
estoy en el avión mamá, no sé si podré llamarte esta noche, pero no te
preocupes, “te veo la semana que viene” >> .
Martina
y yo no nos hemos separado nunca, tan solo dos días cuando se quedó en la playa
con una amiga. Siempre que no somos capaces de decirnos lo que nos echamos de
menos, con esa frase, “te veo la semana que viene”, nos entendemos. Es mi hija,
pero también es todo lo que tengo en esta vida. Rápidamente me visto y me
arreglo para ir a trabajar. Sabiendo que la niña está bien me voy mucho más
tranquila. Diez minutos, no me da tiempo. Salgo corriendo, subo al coche, hay
muchísimo tráfico… “No llego, no llego, no llego…”, es lo único que repite mi
cabeza. Mi jefe me va a echar una buena bronca. Aparco el coche y miro rápidamente
el reloj. Bueno, solo han pasado quince minutos; espero que no se haya dado
cuenta de mi tardanza.
Trabajo
y trabajo todo el día, llego a casa más temprano de lo normal; hoy ha ido todo genial y hemos terminado
pronto. Es viernes y la verdad es que me merezco un buen descanso. Me doy una
buena ducha y me preparo mi cena favorita, así hago un poco de tiempo antes de
llamar a Martina, a ver si tengo suerte y me coge el teléfono. ¿Cómo le habrá
ido en su primer día? Recuerdo lo nerviosa y emocionada que estaba antes de
irse. Estoy tan feliz por ella… Mi niña, mi pequeña, estoy segura de que va a
llegar lejos, lo sé; es inteligente, guapísima y tiene una capacidad para
expresarse que la hace única. Recuerdo cuando de pequeña escribía su carta a
los Reyes Magos; siempre se conformaba con lo mínimo. Nunca ha sido caprichosa;
sabía que no podía darle nada más, pero aún así estaba siempre con una sonrisa.
Tuvo la misma muñeca durante 3 años, se le rompió y ella misma le pegó la
cabeza con cinta para que no me diera cuenta, porque sabía que no podría
pagarle otra. Es tan buena… Este viaje ha sido su sueño desde hace años y este
trabajo desde que tenía uso de razón.
22:30 h.
Decido
mandarle un mensaje, no me ha llamado todavía, no quiero preocuparla: “Cariño,
espero que estés bien. Cuando puedas, me llamas; estoy ya deseando verte, te
echo de menos.”
Se
lo envío, pero no le llega. La llamo, pero tiene el teléfono apagado. Esto sí
que es demasiado extraño. Ella nunca apaga el teléfono, jamás, aunque vaya a
comprar siempre lo lleva encendido. Decido poner la tele. Hoy ponen mi programa favorito. La volveré a llamar
dentro de un rato; no voy a alarmarme, es joven, habrá salido… Ahora que
recuerdo me dijo que iba a un concierto, a una fiesta o algo así. Se habrá quedado
sin batería. Sí, seguro que es eso. Se enciende la televisión, hoy he tenido
suerte, y veo que está el telediario. Un momento. Son las once menos cuarto, el
telediario tenía que haber terminado hace una hora. Subo el volumen.
“Noticia
de última hora: atentado en París, cuatro explosiones cercanas al estadio
acaban de producirse hace unos minutos; no podemos decirles exactamente la
cantidad de muertos y heridos que hay” – Mi corazón por unos segundos deja de
latir, me quedo completamente paralizada, en shock, no puedo moverme- “ La
policía está acordonando el lugar y los militares están llegado a una zona de
bares y pubs donde cuatro hombres cargados con metralletas están disparando
indiscriminadamente a todas las personas que se encuentran. No tenemos más
información; en cuanto se sepa algo más lo comunicaremos.” No ha pasado nada, no, tranquilízate, seguro que no le ha pasado
nada. Hay miles de personas en esa ciudad, seguro que no le ha pasado nada.
Respira, inspira... La vuelvo a llamar. Apagado. Joder, porque no lo coge, me
tiemblan las manos, no sé qué hacer. No tengo a nadie, estoy sola, estamos
solas ella y yo, y ahora está muerta. No, no, no, no pienses así, no le ha
pasado nada. ¿Qué hago? ¿A quién llamo? Empiezan a brotar lágrimas de mis ojos,
no puedo respirar, me falta el aire… Mi niña, es todo lo que tengo en este
mundo, es todo lo que me queda. Veo que en la televisión ponen un número para
las víctimas y empiezan a salir las primeras imágenes: gente arrastrándose
ensangrentada, cadáveres sobre el frío suelo de París, cientos de policías
chillando, niños llorando completamente
solos buscando a sus madres…, incluso en una esquina puede verse a un pequeño
cubierto de sangre, abrazando a su perro, sentado en el suelo con los ojos
cerrados.
Y
yo aquí, frente al televisor, a miles de kilómetros, sin saber si el cuerpo de
mi hija es uno de esos que están en el suelo como si de un saco de patatas se
tratase y, lo peor, sin poder hacer nada. Llamo al teléfono, pidiendo en un
grito desesperado que por Dios encuentren a mi hija, que me digan dónde está,
en un hospital, en la calle, pero que me digan dónde. Salgo corriendo hacia el
banco a sacar el poco dinero que me queda para coger el siguiente vuelo a París.
Espero que sea suficiente, me da igual dormir en la calle; tengo que
encontrarla. Delante del cajero automático decido llamarla una última vez; si
lo tiene apagado, me llevo todo el dinero que tenga y voy a París.
Marco
una última vez…
El teléfono al que ha
llamado está apagado o fuera de cobertura, por favor deje su mensaje.
Siete
días después
Una
rosa blanca con un nombre escrito en una de sus hojas “Martina Ramos Lara” cae
sobre la fría caja de madera. Y aquí estoy. Hace apenas siete días, solo siete
días, mi mayor preocupación era que había llegado quince minutos tarde al
trabajo y que en vez de mi programa favorito estaban echando el dichoso
telediario. Y ahora estoy aquí, echando una flor sobre el cadáver agujereado de
mi hija. Tres balas, pierna, pecho e hígado. Tres pequeños trocitos de hierro
acabaron con la vida de esta niña, con sus ganas de vivir, de conocer el mundo,
de viajar, de trabajar y de sonreír. Quedó encerrada en el baño de la discoteca
cuando un terrorista entró y le pegó
tres tiros. Simplemente por estar divirtiéndose. Y la
dejó ahí, desangrándose en el suelo como una cucaracha a la que
pisoteas.
Creo
que nunca más volveré a ver el sol salir, nunca más habrá amanecer. Nunca
volveré a escuchar “mamá, ¿qué hay de cenar?”, nunca volveré a escuchar su risa…
8
meses después
Ha
llegado hoy un paquete a casa. Normalmente eso es un símbolo de felicidad en
cualquier casa. En la mía es todo lo contrario. Son las pertenencias de
Martina. La ropa que llevaba, los pendientes que le regaló mi madre en su
comunión y el móvil. En un acto de valentía pongo el móvil a cargar. Cuando se
enciende, mi alma se hace pedazos. De fondo, una imagen suya. Esa foto no la
había visto nunca. Sale con una sonrisa enorme que prácticamente ocupa toda la
pantalla. Lo que las amargas lágrimas me permiten, voy viendo sus últimos
mensajes, sus últimas fotos, la última canción que escuchó. Toda una ironía:
“Viva la vida” de Coldplay. Y un último whatsapp, lo último que escribió
minutos antes de morir:
“Mamá,
estoy en la discoteca, han cortado la red, no sé lo que pasa, luego te llamo y
te cuento. No te preocupes, estoy bien; te quiero, mamá, te veo la semana que viene”.
Candelaria Luque Pastor
(2º Bachillerato A)
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