El pasado 24 de Febrero alumnas y alumnos de 1º de ESO hicieron un recorrido a pie por los restos arqueológicos más importantes del pasado romano de la ciudad: palacio del emperador Maximiano, restos de un acueducto en la estación de autobuses, mausoleo del Paseo de la Victoria y templo romano de la calle Claudio Marcelo.
Para recordar algunos datos de la historia de nuestra ciudad en aquella etapa recomendamos la lectura del resumen que aparece en la web http://www.cordobapatrimoniodelahumanidad.com/html/cordoba/historia.htm . Para disfrutar a pie de todo el encanto de nuestra ciudad aconsejamos el libro Vive y descubre Córdoba, publicado por la Editorial Everest y cuyo autor es Francisco Solano. (Enlace al libro http://www.librosaulamagna.com/libro/VIVE-Y-DESCUBRE-CORDOBA/278981/13240).
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La visita concluyó en el recientemente remodelado Museo Arqueológico, donde se encuentran además restos del teatro romano de Córdoba.
Web del museo: http://www.juntadeandalucia.es/cultura/museos/MAECO
Durante el itinerario también se efectuó una parada delante de la estatua de ÁNGEL DE SAAVEDRA, poeta y dramaturgo cordobés del siglo XIX. Allí los alumnos leyeron fragmentos de poemas que aparecen grabados en el monumento. Uno de ellos es el que reproducimos a continuación.
El faro de maltaEnvuelve al mundo extenso triste noche,
ronco huracán y borrascosas nubes
confunden y tinieblas impalpables
el cielo, el mar, la tierra:
Y tú invisible te alzas, en tu frente
ostentando de fuego una corona,
cual rey del caos, que refleja y arde
con luz de paz y vida.
En vano ronco el mar alza sus montes
y revienta a tus pies, do rebramante
creciendo en blanca espuma, esconde y borra
el abrigo del puesto:
Tú, con lengua de fuego, aquí está, dices,
sin voz hablando al timido piloto,
que como a un numen bienhechor te adora,
y en ti los ojos clava.
Tiende apacible noche el manto rico,
que céfiro amoroso desenrolla,
recamado de estrellas y luceros;
por él rueda la luna.
Y entonces tú, de niebla vaporosa
vestido, dejas ver en fórmulas vagas
tu cuerpo colosal, y tu diadema
arde al par de los astros.
Duerme tranquilo el mar, pérfido esconde
rocas aleves, áridos escollos;
falso señuelo son, lejanas lumbres
engañan a las naves.
Mas tú, cuyo esplendor todo lo ofusca;
tú, cuya innoble posición indica
el trono de un monarca, eres su norte,
les adviertes su engaño.
Así de la razón arde la antorcha,
en medio del furor de las pasiones
o de aleves halagos de fortuna,
a los ojos del alma.
Desque refugio de la airada suerte
en esta escasa sierra que presides,
y grato albergue el cielo bondoso
me concedió propicio,
ni una voz solo a mis pesares busco
dulce olvido del dueño entre los brazos,
sin saludarte, y sin tornar los ojos
a tu espléndida frente.
¡Cuantos, ay, desde el seno de los mares
al par los tomarán!…Tras larga ausencia
unos, que vuelven a su patria amada,
a sus hijos y esposa.
otros, prófugos, pobres, perseguidos,
que asilo buscan, cual busqué, lejano,
y a quienes que lo hallaron tu luz dice
hospitalaria estrella.
Arde, y sirve de norte a los bajeles
que de mi patria, aunque de tarde en tarde,
me traen nuevas amargas y renglones
con lágrimas escritos.
Cuando la vez primera deslumbraste
mis afligidos ojos, ¡cuál mi pecho,
destrozado y hundido en amargura,
palpitó venturoso!
Del Lacio moribundo de las riberas
huyendo inhospitables, contrastado
del viento y mar entre ásperos bajíos,
vi tu lumbre divina.
Viéronla como yo los marineros
y, olvidando los votos y plegarias
que en las sordas tinieblas se perdían,
"¡Malta! ¡Malta!", gritaron;
y fuiste a nuestros ojos la aureola
que orla la frente de la santa imagen
en quien busca afanoso peregrino
la salud y el consuelo.
Jamás te olvidaré, jamás…Tan solo
trocara tu esplendor, sin olvidarlo,
rey de la noche, y de tu excelsa cumbre
la benéfica llama.
Por la llama y los fúlgidos destellos
que lanza, reflejando al sol naciente,
el arcángel dorado que corona
de Córdoba la torre.
ronco huracán y borrascosas nubes
confunden y tinieblas impalpables
el cielo, el mar, la tierra:
Y tú invisible te alzas, en tu frente
ostentando de fuego una corona,
cual rey del caos, que refleja y arde
con luz de paz y vida.
En vano ronco el mar alza sus montes
y revienta a tus pies, do rebramante
creciendo en blanca espuma, esconde y borra
el abrigo del puesto:
Tú, con lengua de fuego, aquí está, dices,
sin voz hablando al timido piloto,
que como a un numen bienhechor te adora,
y en ti los ojos clava.
Tiende apacible noche el manto rico,
que céfiro amoroso desenrolla,
recamado de estrellas y luceros;
por él rueda la luna.
Y entonces tú, de niebla vaporosa
vestido, dejas ver en fórmulas vagas
tu cuerpo colosal, y tu diadema
arde al par de los astros.
Duerme tranquilo el mar, pérfido esconde
rocas aleves, áridos escollos;
falso señuelo son, lejanas lumbres
engañan a las naves.
Mas tú, cuyo esplendor todo lo ofusca;
tú, cuya innoble posición indica
el trono de un monarca, eres su norte,
les adviertes su engaño.
Así de la razón arde la antorcha,
en medio del furor de las pasiones
o de aleves halagos de fortuna,
a los ojos del alma.
Desque refugio de la airada suerte
en esta escasa sierra que presides,
y grato albergue el cielo bondoso
me concedió propicio,
ni una voz solo a mis pesares busco
dulce olvido del dueño entre los brazos,
sin saludarte, y sin tornar los ojos
a tu espléndida frente.
¡Cuantos, ay, desde el seno de los mares
al par los tomarán!…Tras larga ausencia
unos, que vuelven a su patria amada,
a sus hijos y esposa.
otros, prófugos, pobres, perseguidos,
que asilo buscan, cual busqué, lejano,
y a quienes que lo hallaron tu luz dice
hospitalaria estrella.
Arde, y sirve de norte a los bajeles
que de mi patria, aunque de tarde en tarde,
me traen nuevas amargas y renglones
con lágrimas escritos.
Cuando la vez primera deslumbraste
mis afligidos ojos, ¡cuál mi pecho,
destrozado y hundido en amargura,
palpitó venturoso!
Del Lacio moribundo de las riberas
huyendo inhospitables, contrastado
del viento y mar entre ásperos bajíos,
vi tu lumbre divina.
Viéronla como yo los marineros
y, olvidando los votos y plegarias
que en las sordas tinieblas se perdían,
"¡Malta! ¡Malta!", gritaron;
y fuiste a nuestros ojos la aureola
que orla la frente de la santa imagen
en quien busca afanoso peregrino
la salud y el consuelo.
Jamás te olvidaré, jamás…Tan solo
trocara tu esplendor, sin olvidarlo,
rey de la noche, y de tu excelsa cumbre
la benéfica llama.
Por la llama y los fúlgidos destellos
que lanza, reflejando al sol naciente,
el arcángel dorado que corona
de Córdoba la torre.
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