jueves, 17 de marzo de 2016

"TE VEO LA SEMANA QUE VIENE", por Candelaria Luque Pator (finalista en la categoría D del Concurso infantil y juvenil de cuentos y poesía Muchocuento multiverso 2015-16)


Mi nombre es Candela Luque Pastor. Tengo 17 años y estudio 2° de Bachillerato en el instituto López Neyra.
Nací en Córdoba, pero estuve viviendo los primeros años de mi vida en Málaga. Años más tarde volví  aquí y me quedé definitivamente.
Estudio desde los ocho años en el Conservatorio Profesional de Danza Luis del Río, en la modalidad de Danza Española y, después de una década llena de danza, compartida con profesores y compañeros, este será mi último año, ya que finalizaré el grado.
Aunque mi vida ha estado enfocada a la danza, me ha encantado desde siempre escribir, plasmar en el papel mis sentimientos, lo que vivía con el paso de los años, lo que la gente me hacía sentir…
Es una faceta que no he desarrollado mucho, pero que me apasiona. Cuando tengo un mal día, me gusta escribir. Es mi manera de desahogarme.




“TE VEO LA SEMANA QUE VIENE”
Una tostada y un café para empezar la mañana, como cada día de mis 55 años de vida. Hoy hace frío. Demasiado. Las gotas de lluvia caen como flechas y parece que acabarán atravesando el techo de mi casa. Bueno, casa, si es que a este trozo de piso con dos sofás medio rotos, una televisión que anda los días que a ella le apetece, un frigorífico que enfría a su manera y una cama que tiene un colchón más duro que el propio suelo, se le puede llamar casa.
Siento que las fuerzas me van fallando día tras día, que cada vez el camino al trabajo se hace más largo. Doy tres sorbos al café y cojo mi móvil, que también se enciende día sí y día no. Lo dejé cargando en la mesilla toda la noche. Mi niña se iba de viaje a París. Le dije que me avisara antes de subir al avión pero no sé si se habrá acordado. Estoy tan orgullosa de ella… La crié yo sola y todo lo que he ido ganando con mi pequeño sueldo ha sido para que ella pudiera estudiar, cumplir sus sueños, que son también los míos. La han contratado en una empresa de telecomunicaciones.
 
<<Ya estoy en el avión mamá, no sé si podré llamarte esta noche, pero no te preocupes, “te veo la semana que viene” >> .
 
Martina y yo no nos hemos separado nunca, tan solo dos días cuando se quedó en la playa con una amiga. Siempre que no somos capaces de decirnos lo que nos echamos de menos, con esa frase, “te veo la semana que viene”, nos entendemos. Es mi hija, pero también es todo lo que tengo en esta vida. Rápidamente me visto y me arreglo para ir a trabajar. Sabiendo que la niña está bien me voy mucho más tranquila. Diez minutos, no me da tiempo. Salgo corriendo, subo al coche, hay muchísimo tráfico… “No llego, no llego, no llego…”, es lo único que repite mi cabeza. Mi jefe me va a echar una buena bronca. Aparco el coche y miro rápidamente el reloj. Bueno, solo han pasado quince minutos; espero que no se haya dado cuenta de mi tardanza.
Trabajo y trabajo todo el día, llego a casa más temprano de lo normal;  hoy ha ido todo genial y hemos terminado pronto. Es viernes y la verdad es que me merezco un buen descanso. Me doy una buena ducha y me preparo mi cena favorita, así hago un poco de tiempo antes de llamar a Martina, a ver si tengo suerte y me coge el teléfono. ¿Cómo le habrá ido en su primer día? Recuerdo lo nerviosa y emocionada que estaba antes de irse. Estoy tan feliz por ella… Mi niña, mi pequeña, estoy segura de que va a llegar lejos, lo sé; es inteligente, guapísima y tiene una capacidad para expresarse que la hace única. Recuerdo cuando de pequeña escribía su carta a los Reyes Magos; siempre se conformaba con lo mínimo. Nunca ha sido caprichosa; sabía que no podía darle nada más, pero aún así estaba siempre con una sonrisa. Tuvo la misma muñeca durante 3 años, se le rompió y ella misma le pegó la cabeza con cinta para que no me diera cuenta, porque sabía que no podría pagarle otra. Es tan buena… Este viaje ha sido su sueño desde hace años y este trabajo desde que tenía uso de razón.
 
22:30 h.
Decido mandarle un mensaje, no me ha llamado todavía, no quiero preocuparla: “Cariño, espero que estés bien. Cuando puedas, me llamas; estoy ya deseando verte, te echo de menos.”
Se lo envío, pero no le llega. La llamo, pero tiene el teléfono apagado. Esto sí que es demasiado extraño. Ella nunca apaga el teléfono, jamás, aunque vaya a comprar siempre lo lleva encendido. Decido poner la tele. Hoy ponen  mi programa favorito. La volveré a llamar dentro de un rato; no voy a alarmarme, es joven, habrá salido… Ahora que recuerdo me dijo que iba a un concierto, a una fiesta o algo así. Se habrá quedado sin batería. Sí, seguro que es eso. Se enciende la televisión, hoy he tenido suerte, y veo que está el telediario. Un momento. Son las once menos cuarto, el telediario tenía que haber terminado hace una hora. Subo el volumen.
“Noticia de última hora: atentado en París, cuatro explosiones cercanas al estadio acaban de producirse hace unos minutos; no podemos decirles exactamente la cantidad de muertos y heridos que hay” – Mi corazón por unos segundos deja de latir, me quedo completamente paralizada, en shock, no puedo moverme- “ La policía está acordonando el lugar y los militares están llegado a una zona de bares y pubs donde cuatro hombres cargados con metralletas están disparando indiscriminadamente a todas las personas que se encuentran. No tenemos más información; en cuanto se sepa algo más lo comunicaremos.”  No ha pasado nada,  no, tranquilízate, seguro que no le ha pasado nada. Hay miles de personas en esa ciudad, seguro que no le ha pasado nada. Respira, inspira... La vuelvo a llamar. Apagado. Joder, porque no lo coge, me tiemblan las manos, no sé qué hacer. No tengo a nadie, estoy sola, estamos solas ella y yo, y ahora está muerta. No, no, no, no pienses así, no le ha pasado nada. ¿Qué hago? ¿A quién llamo? Empiezan a brotar lágrimas de mis ojos, no puedo respirar, me falta el aire… Mi niña, es todo lo que tengo en este mundo, es todo lo que me queda. Veo que en la televisión ponen un número para las víctimas y empiezan a salir las primeras imágenes: gente arrastrándose ensangrentada, cadáveres sobre el frío suelo de París, cientos de policías chillando, niños  llorando completamente solos buscando a sus madres…, incluso en una esquina puede verse a un pequeño cubierto de sangre, abrazando a su perro, sentado en el suelo con los ojos cerrados.
Y yo aquí, frente al televisor, a miles de kilómetros, sin saber si el cuerpo de mi hija es uno de esos que están en el suelo como si de un saco de patatas se tratase y, lo peor, sin poder hacer nada. Llamo al teléfono, pidiendo en un grito desesperado que por Dios encuentren a mi hija, que me digan dónde está, en un hospital, en la calle, pero que me digan dónde. Salgo corriendo hacia el banco a sacar el poco dinero que me queda para coger el siguiente vuelo a París. Espero que sea suficiente, me da igual dormir en la calle; tengo que encontrarla. Delante del cajero automático decido llamarla una última vez; si lo tiene apagado, me llevo todo el dinero que tenga y voy a París.
Marco una última vez…
El teléfono al que ha llamado está apagado o fuera de cobertura, por favor deje su mensaje.
 
Siete días después
Una rosa blanca con un nombre escrito en una de sus hojas “Martina Ramos Lara” cae sobre la fría caja de madera. Y aquí estoy. Hace apenas siete días, solo siete días, mi mayor preocupación era que había llegado quince minutos tarde al trabajo y que en vez de mi programa favorito estaban echando el dichoso telediario. Y ahora estoy aquí, echando una flor sobre el cadáver agujereado de mi hija. Tres balas, pierna, pecho e hígado. Tres pequeños trocitos de hierro acabaron con la vida de esta niña, con sus ganas de vivir, de conocer el mundo, de viajar, de trabajar y de sonreír. Quedó encerrada en el baño de la discoteca cuando un  terrorista entró y le pegó tres tiros. Simplemente por estar divirtiéndose. Y  la  dejó ahí, desangrándose en el suelo como una cucaracha a la que pisoteas.
Creo que nunca más volveré a ver el sol salir, nunca más habrá amanecer. Nunca volveré a escuchar “mamá, ¿qué hay de cenar?”, nunca volveré a escuchar su risa…
 
8 meses después
Ha llegado hoy un paquete a casa. Normalmente eso es un símbolo de felicidad en cualquier casa. En la mía es todo lo contrario. Son las pertenencias de Martina. La ropa que llevaba, los pendientes que le regaló mi madre en su comunión y el móvil. En un acto de valentía pongo el móvil a cargar. Cuando se enciende, mi alma se hace pedazos. De fondo, una imagen suya. Esa foto no la había visto nunca. Sale con una sonrisa enorme que prácticamente ocupa toda la pantalla. Lo que las amargas lágrimas me permiten, voy viendo sus últimos mensajes, sus últimas fotos, la última canción que escuchó. Toda una ironía: “Viva la vida” de Coldplay. Y un último whatsapp, lo último que escribió minutos antes de morir:

“Mamá, estoy en la discoteca, han cortado la red, no sé lo que pasa, luego te llamo y te cuento. No te preocupes, estoy bien; te quiero, mamá, te veo la semana que viene”.

Candelaria Luque Pastor (2º Bachillerato A)

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