La noche del 25 al 26 de agosto de 1992, en una Sarajevo sitiada, ardió su Biblioteca Nacional. Fue un hecho que pasó casi desapercibido, absorbidos los titulares de prensa por la resaca de los éxitos deportivos en los Juegos Olímpicos de Barcelona, el número de visitantes de la Expo de Sevilla y las consecuencias del paso del huracán "Andrews” por Florida y Louisiana (EEUU).
El origen de su destrucción no fue algo casual ni un desastre natural. Su pérdida pretendía dejar huérfano de memoria a todo un pueblo.
El origen de su destrucción no fue algo casual ni un desastre natural. Su pérdida pretendía dejar huérfano de memoria a todo un pueblo.
Fotografía de Gervasio Sánchez
Así describe Steven Galloway en El violonchelista de Sarajevo este acontecimiento de la historia reciente:
“Todo lo que Kenan puede hacer es alzar la vista hacia lo que queda de la Biblioteca Nacional. Aunque la estructura de piedra y ladrillo sigue en pie, su interior está completamente arrasado. El fuego ha dejado lengüetazos de hollín encima de todas las ventanas, y el techo abovedado de cristal que coronó ufano el edificio durante un siglo yace hecho trizas en el suelo.
El tranvía antes describía aquí un semicírculo, ofreciendo una exhaustiva panorámica del icónico edificio. Era uno de sus lugares favoritos de la ciudad, aunque no fuese un gran lector. Era la manifestación más visible de una sociedad de la que se sentía orgulloso. Ahora las vías del tranvía ya no ofrecen ningún servicio y tan sólo muestran lo que se ha perdido.
Los hombres de la montaña hicieron de la biblioteca uno de sus primeros objetivos y lo abordaron con gran eficacia. Kenan no sabía si fueron los morteros lo que inició el fuego o si alguien colocó de incógnito una bomba, como hicieron con la oficina de Correos, pero sí sabía que, mientras ardía, arrojaron unas bombas incendiarias al edificio. Fue hasta allí cuando oyó que estaba ardiendo, sin saber por qué. Contempló, impotente e inútil, cómo aquel símbolo de lo que la ciudad era, y lo que muchos aún querían que fuera, sucumbía a los deseos de los hombres de la montaña.
Llegaron los camiones de bomberos y se convirtieron en objetivos, atacados por francotiradores ocultos. Los morteros caían sobre ellos disparados por un ejército que en un tiempo había jurado proteger la ciudad. Los bomberos combatieron las llamas tanto tiempo como pudieron, hasta que algún comandante que comprendió la futilidad de la situación les ordenó retirarse. Kenan vio un bombero que no debía de alcanzar la treintena y que siguió de pie, solo, mirando aquel infierno. No se movió en absoluto hasta que, exhausto, cedió a sí mismo y se desplomó de rodillas. Sus compañeros corrieron hasta él, creyendo que un francotirador le había alcanzado. Cuando le ayudaron a ponerse en pie y se lo llevaron, Kenan vio que tenía las mejillas surcadas de sudor o de lágrimas y que sus labios se movían, mudos, de un modo que hizo pensar a Kenan que estaba rezando. Durante días las cenizas de millones de libros cayeron sobre la ciudad como si fuera nieve.”
STEVEN GALLOWAY, El violonchelista de Sarajevo. Traducción de Nuria Salinas. El Aleph Editores. Barcelona, 2008. Páginas 111-112.
STEVEN GALLOWAY, El violonchelista de Sarajevo. Traducción de Nuria Salinas. El Aleph Editores. Barcelona, 2008. Páginas 111-112.
Esta novela de ficción parte de un hecho real: el 27 de mayo de 1993, murieron 22 personas y más de setenta quedaron heridas mientras hacían cola para conseguir pan. Vedran Smailovic, violonchelista de
Utilizando este hecho como hilo conductor, asistimos a las peripecias individuales de los protagonistas, Kenan, Flecha y Dragan, entretegidas de angustia, miedo, resistencia, rechazo a la violencia y dignidad.
Imágenes:
http://angellapresta.wordpress.com/2009/12/24/nochebuena-bosnia-10-anos-y-grbavica/
http://www.que-leer.com/312/steven-galloway-el-violonchelista-de-sarajevo.html
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